jueves, 13 de agosto de 2015

****Gretell****



Recuerdo… recuerdo que era invierno, el invierno más frío en una década. La noche anterior había nevado, por lo que las calles estaban cubiertas de espesas capas de nieve. A pesar del frío, tomé un taxi para salir a caminar, lejos de mi casa. Ese día no tenía que trabajar, por el frío, y yo me alegraba de librarme de un día de oficinas, tan aprisionantes para un joven de 22 años como yo. Después de tomar un café, regresé a las calles, donde había bastante gente, tomando en cuenta el frío. Quise prender un cigarrillo, pero sabía que sería mal visto fumar entre tantas personas, y más que nada, entre tantos niños que había; en eso, vi un callejón muy tranquilo. Caminé hacía él. Estaba desierto, tenía grafitis en las paredes, y había basura regada fuera de los contenedores. Me recargué de una pared y encendí mi cigarrillo.
Estaba tranquilo, fumando y meditando, cuando de pronto, vi una mano asomarse de la parte trasera de los contenedores. Me acerqué, y vi algo que me dejó impresionado. Era una chica, tendría unos 15, máximo 17 años. Era pelirroja, eso se distinguía aunque su cabello se encontraba sucio y enredado. Su piel era de aspecto terso, a pesar de que estaba cubierta de mugre. Llevaba puesta una falda que le llegaba a las rodillas, y un suéter ligero, ropa muy inapropiada para ese cruel clima. Me acerqué para tomarle el pulso: era débil, pero existente.
Sin pensarlo dos veces, la levanté, y la llevé en mis brazos lo más rápido que pude al hospital más cercano. Pedí una camilla, que la atendieran, dije que era mi hermana y que yo pagaría todos los gastos. La limpiaron un poco, la hicieron entrar en calor, le pusieron suero intravenoso, le desinfectaron varias heridas y la abrigaron. Me senté a lado de la cama, mientras ella dormía. Era muy hermosa, parecía un ángel. Ahora que estaba algo limpia, pude observar que tenía varios moretones y arañazos. Estaba observándola, embelesado por su belleza, cuando repentinamente, abrió los ojos.
Me miró fijamente. Sus ojos eran bellísimos, color miel, reflejaban dulzura e inocencia. Después observó a su alrededor, evidentemente confundida. Me preguntó dónde estaba, qué habías sucedido. Le expliqué que la había encontrado inconsciente detrás de unos cubos de basura, que la había llevado al hospital, que había estado a punto de morir de deshidratación, anemia e hipotermia. Ella me escuchaba en total silencio. Terminé de hablar, ella seguía callada, hasta que preguntó, “¿Cómo te llamas?” –Andreé- Respondí- “Gracias Andreé” Dijo ella. ¿Y cuál es tu nombre preciosa?- Pregunté- “Gretell, mi nombre es Gretell.”
Esbozó una ligera sonrisa, y yo no pude evitar sonreír como un idiota a forma de respuesta. Era tan hermosa cuando sonreía…
-Bueno Gretell- dije yo- Tu familia debe de estar muy preocupada, tal vez sea mejor llamarlos…- ¡NO, POR FAVOR!- dijo entre sollozos, y después, se arrojó a mis brazos. Respondí el abrazo, y ella, sollozando, hundió su cabeza en mi pecho. Esperé a que se calmara, acariciando sus cabellos, hasta que fue dejando de sollozar. Estaba extrañado, pero guardé silencio y seguí abrazándola hasta que dejó de llorar por competo.
Cuando al fin se tranquilizó, me pidió que por favor, no llamara a nadie. Me pidió que la dejara volver a la calle, pero que no llamara a su familia. Estaba sorprendido, de que, después de casi morir de frío, me pidiera que la dejara nuevamente expuesta. No estaba dispuesto a hacerlo, no lo haría.
¿Por qué no deseas volver con tu familia preciosa?- Pregunté, acariciándole el rostro- Ellos… ellos no me quieren. Mi mamá me golpea si no hago bien las tareas que me dan, o si está enojada. Mi papá es igual, y últimamente me miraba de una forma que me asustaba… Una noche olvidaron cerrar con llave la ventana de mi cuarto, y escapé- Respondió, al tiempo que soltaba nuevas lágrimas. Definitivamente no dejaría que esa niña volviera a esa vida. Ni a esa vida, ni a la calle. -¿Cómo has soportado tanto tiempo eso?- Dije, horrorizado de la idea de que alguien tratara así a ese ángel. –No siempre fue así…- Respondió en un susurro– No era así con mis otros papás.
Esa respuesta me dejó confundido. -¿Tus otros padres?- Pregunté. –No los recuerdo bien, tendría tal vez 8 años, eran muy dulces conmigo, decían que era su princesa. Recuerdo que un día, salí al parque sola, y me perdí. Me solté a llorar, y unos señores dijeron que me llevarían con mis padres. Me llevaron a un lugar que no conocía, y me encerraron. A los dos días, me llevaron con una pareja, y me dijeron que ahora ellos eran mis padres. Y he estado con ellos hasta hace poco, pero… pero no me gusta cómo me trataban- Respondió. Estaba llorando nuevamente.
Ella era muy inocente, pero yo lo tenía claro: Había sido secuestrada y la habían vendido como una especie de esclava. Esa gente no era su familia, y aunque lo fuera, no la dejaría volver con ellos. Estaba decidido, esa joven no volvería a sufrir si podía evitarlo.
-Tranquila Gretell- Dije acariciando su cabello- Ellos no volverán a hacerte daño. Desde ahora vivirás conmigo.- Vi como sus ojos se iluminaban y esbozaba una enorme sonrisa. No le daba miedo ir con un desconocido. Sin duda, era ingenua. Estaba agradecido de haberla encontrado… quien sabe con qué clase de gente pudo haberse topado… ¿Es enserio? –Sí, lo es.- ¡Oh, gracias!- Repentinamente, ella estaba abrazándome nuevamente… Se sentía tan bien tenerla en mis brazos…
Esperé a que la dieran de alta, y la llevé a mi departamento. Era un edifico de tres pisos, con cuatro apartamentos en cada piso. Llevaba unos pocos meses viviendo en el lugar, y solo sabía los nombres de los inquilinos de mi propio piso. Un apartamento estaba vacío, en otro vivía una señora de unos 65 años; la señora Margaret. Era muy dulce, y cuando llegué, me dijo que podía llamarla Meg. También había un hombre. Él se llamaba Ernesto. Era muy poco amistoso, tendría unos 30 años, y un aire sombrío. Me daba mala espina, pero bastaba con evitarlo. Llegamos, y le ofrecí algo de comer. Ella asintió ansiosamente. Preparé unos sándwiches, y ella se devoró tres. Era evidente que estaba hambrienta.
Estuvimos platicando un rato antes de dormir. Supe que tenía 16 años, que su color favorito era violeta, que le gustaba cantar cuando nadie la escuchaba, y que tenía más hambre. Le di una taza de chocolate caliente y un pan tostado, que aceptó feliz de la vida. Después de terminar, seguimos hablando de cosas sin importancia. De pronto, no pudo evitar bostezar, la vi a los ojos, era evidente que tenía sueño. Ella dormiría en mi cama, yo estaría bien en el sofá. La llevé a mi cuarto y me encargué de cobijarla bien. Se quedó dormida de inmediato.
Salí sin hacer ruido, para ver si Meg tenía algo de ropa, pues seguía vestida de la misma forma que la encontré. Sorprendentemente, tenía bastantes prendas que podrían quedarle a Gretell. Me obsequió bastantes prendas. Aún me pregunto de quien habrían sido… Es un misterio, pero cada vida es una historia.
Dejé la ropa en el comedor, tomé unas cobijas, y me acosté en el sofá. –Gretell…- Susurré, al tiempo que esbozaba una sonrisa antes de quedarme dormido.
Desperté temprano, como de costumbre para ir a mi trabajo. Fui por algo de ropa a mi cuarto, y vi que aún dormía. Me duché, me vestí y preparé algo de desayuno. Ella se despertó con el olor de la comida, y llegó de inmediato al comedor. Sonreí y le di los buenos días. La invité a sentarse a desayunar algo. Aceptó de inmediato. Desayunamos juntos, y antes de irme, le señalé la ropa, le dije dónde podía encontrar toallas para bañarse, la instruí sobre como encender el agua caliente y la autoricé a tomar la comida que deseara. Estaba a punto de irme, cuando me di la media vuelta y le dije. –Una última cosa: no le abras a nadie.- Después de esto, me fui a trabajar.
Fue un día normal. Regresé y al entrar, la encontré leyendo uno de mis libros. Ella sonrió y corrió a abrazarme… me sentía tan feliz… Ahora estaba completamente limpia, llevaba un pantalón negro y un suéter gris y unas botas negras. Su rojo cabello se veía reluciente, y caía en forma de ondas enmarcando su bello rostro.
¿Cómo la has pasado?- Oh, de maravilla. Encontré este libro en tu cuarto, espero que no te moleste que lo haya tomado sin pedir permiso… - Para nada, debí suponer que necesitarías algo con que entretenerte- Respondí sonriendo. Ella a su vez me respondió con una hermosa sonrisa.
Bueno, ahora sabía cómo mantenerla entretenida. Al día siguiente, al regresar del trabajo, pasé a una librería y compré varios ejemplares para Gretell. Los envolví a modo de regalo, y ella se puso a saltar de alegría al abrir su obsequio. Sus ojos brillaban de felicidad, y cada abrazo que me daba, era como estar unos segundos en el paraíso.
Eso se convirtió en rutina. Todos los días ella se quedaba en mi apartamento mientras yo trabajaba. Al cabo de cierto tiempo, comencé a llevarla al parque algunas tardes. Ella corría persiguiendo mariposas, reventaba burbujas que algunos pequeños hacían, se sentaba a platicar conmigo en las bancas, tomaba el sol acostada en el césped, y a veces disfrutábamos juntos un helado.
Mientras yo estaba en mi trabajo, ella se quedaba leyendo en mi apartamento. Gastaba una buena parte de mi sueldo en libros para ella, pero el verla sonreír valía eso y mucho más.
Con el paso del tiempo, empezamos a tomar confianza, y ella empezaba a dar pequeños paseos por la manzana, platicar con los vecinos, y se hacía cada vez más amiga de Meg. Ella solía hacerle trenzas; le entretenía, y le gustaba hacerlas, ya que su cabello era hermoso. Pasado el invierno, comenzó a sacar vestidos de alguna parte. Tal vez los compraba para ella, nunca me dijo...
Con su sedosa cabellera acomodada en distintas trenzas, su piel blanca y perfecta, sus enormes ojos miel, su bello rostro y los vestidos que resaltaban las perfectas curvas de su cuerpo, parecía una muñeca de porcelana, una creatura sobrenatural. Era hermosa, la amaba, pero era tan inocente… el solo verla sonreír era suficiente para mí.
Sus paseos matutinos se hicieron costumbre, todos los vecinos la conocían y la querían, era tan dulce y hermosa, que uno solo podía sentir empatía por ella… Incluso solía comentarme sobre su amistad con Ernesto, el vecino huraño. Me contaba que solía ofrecerle dulces y galletas, que constantemente halagaba su hermosura. Y eso no me sorprendía, porque Gretell era realmente hermosa…
Pasaron los meses, no hubo un solo día en el que me arrepintiera de haberla llevado conmigo. Ella alegraba mí antes vacía existencia, y pasaba el día entero suspirando pensando en ella. Sus heridas fueron sanando una a una, sus mejillas tomaron color, y nunca más la vi volver a soltar una lágrima… y eso me hacía tan feliz… No necesitaba más, porque la amaba.
Acababan de pasar exactamente seis meses desde el día que la encontré detrás de los contenedores de basura. Estábamos en el parque, acostados en el césped y saboreando un helado. No hablábamos, solo veíamos el cielo. De pronto, ella rompió el silencio. – ¿Sabes? falta una semana para mi cumpleaños.- Dijo sin razón aparente. – ¿De verdad?- Si, el próximo viernes cumpliré 17 años- Dijo con una enorme sonrisa. –Aún recuerdo el último cumpleaños con mis padres, jamás podría olvidar ese día…- Dijo con un tono melancólico. –Pero- Dijo recuperando su sonrisa- Esta vez estaré contigo.- Yo no dije nada, simplemente la abracé.
Al día siguiente, regresando de mi trabajo, decidí tomar una calle diferente, y me topé con una tienda de ropa. En la vitrina, se observaba a un maniquí que portaba un vestido negro de seda, sin tirantes, con pequeñas rosas dibujadas en la altura del pecho. Supe de inmediato que le quedaría a la medida, y, pensando en que al en unos días sería su cumpleaños, decidí comprárselo como regalo.
Estaba a punto de entrar a mi departamento, pero vi que Meg se encontraba en el pasillo. –Buenas noches Meg- Buenas noches joven Andreé.- Estaba a punto de abrir, cuando ella me llamó. -¿Necesita algo Meg? – Pregunté confundido, pues ella no solía pedir favores. –No, no necesito nada, pero debo decirle una cosa.- ¿Qué sucede? –Andreé. – Dijo en tono serio. – Tú sabes que le tengo mucho cariño a Gretell, y me importa su bienestar. Y sé cuánto significa para ti. Hoy en la mañana, la observé mientras platicaba con Ernesto, y pude sentir que tras sus halagos había dobles intenciones. Vi como la desvestía con la mirada. –Yo escuchaba anonado las palabras de la anciana- Debes cuidarla, tengo un mal presentimiento con respecto a Ernesto. Aléjala de él, por su propio bien. Ella es muy hermosa, y a pesar de poseer la inocencia de una niña, es toda una mujer. Y eso la convierte en una presa tan vulnerable… Cuídala Andreé, cuídala…
Le di las gracias por sus consejos, y, aturdido, abrí la puerta del apartamento. Allí estaba, absorta leyendo un libro. Aprovechando su distracción, fui a esconder su regalo en mi cuarto, que ahora era nuestro cuarto. Después, me acerqué para recibir mí ya habitual pero vital abrazo de bienvenida. La vi, y pensé en lo que me había dicho Meg… No, no era momento de preocuparme. Cenamos y nos fuimos a dormir, abrasados en mi cama, como ya era costumbre. Esa noche, apenas pude dormir.
A la mañana siguiente, estaba agotado. Apenas había podido cerrar los ojos, era un extraño sentimiento de pesar que no me dejaba respirar tranquilo. Al alistarme para ir al trabajo, sentí un enorme deseo de quedarme… pero tenía que ir, una falta podía costarme el empleo. Me despedí de Gretell casi con lágrimas en los ojos… era absurdo… -No le abras a nadie- Le dije antes de irme.
Estuve intranquilo en el trabajo, las horas se me hacían eternas, cada minuto era una eternidad. Salí corriendo diez minutos antes de que terminara mi turno. Subí las escaleras lo más rápido que pude, y al llegar a la puerta, estaba sin aliento.
De pronto, algo me dejó helado: La puerta estaba abierta, y se notaba que la cerradura había sido forzada. Entré corriendo, el departamento era un desastre. Llamé a Gretell a gritos. Silencio absoluto. Entré a nuestro cuarto, y ahí estaba… Tenía muchas heridas, sangre en el rostro, la ropa hecha jirones… su pulso era muy débil.
Sin pensarlo dos veces, la tomé en brazos y la llevé corriendo al hospital más cercano. No era el mismo de la primera vez, y era otra época del año. Los pasillos estaban saturados de gente. Pedía ayuda, pero nadie se dignaba a verme.
Estaba a punto de ponerme a gritar. En eso, un médico clavó su mirada en Gretell. Llamó a una enfermera y ordenó que la atendieran de inmediato. Pude observar que era un hombre alto, de unos 40 y tantos, cabello negro, y unos ojos idénticos a los de Gretell.
La subieron a una camilla, le pusieron oxígeno y comenzaron a tomar sus signos vitales. Estuve detrás de ella, confundido, asustado mientras le sacaban sangre y la revisaban. Esperaba a que despertara, pero no lo hacía.
Unas horas después, todo estaba más tranquilo, pero seguían sin decirme nada. Vi al médico que ordenó que la atendieran entrar a la habitación. -¿Qué es usted de ella? Preguntó de inmediato. Su voz no era fría, como suelen ser las voces de los médicos. –Su hermano- contesté automáticamente. No quería perder tiempo dando explicaciones. El doctor suspiró antes de hablar. –Ella tiene señales que indican que ha sufrido abuso sexual. – Me quedé helado- Tiene muchas heridas, probablemente se las hiso tratando de defenderse.- No podía respirar- Pero eso no es todo. Le administraron una mezcla de distintas drogas para sedarla. Esa mezcla la ha dejado en estado de coma.
No podía hablar, no podía moverme, no podía respirar… Todo eso había pasado mientras yo estaba tranquilo en mi oficina… Todo era mi culpa.
-¿Cuánto… cuánto tiempo tardará en despertar?- Pregunté con la voz entrecortada. –No se sabe- Dijo con voz melancólica- Tal vez unas horas… o tal vez nunca despierte…- Eso fue demasiado para mí. Me desplomé en el sofá y me quedé sollozando hasta dormirme.
Desperté confundido, con la esperanza de que todo fuera un mal sueño… pero no, ella estaba a un lado, dormida… mas bien en coma, pero seguía siendo hermosa. Vi al doctor parado en la entrada, observándola. -¿Hay mejorías?- Pregunté ansiosamente- No, nada aún. Estoy haciendo todo lo que está en mis manos. – Lo dijo como se dice una promesa, no de la forma en la que los médicos suelen hablar.
Gracias… usted fue el único que trató de ayudarla…. – Necesitaba agradecerle, pasara lo que pasara, por intentarlo.- Es mi trabajo… a demás… ella me recuerda tanto a mi hija…. -¿Ella está…?- No lo sé. – Respondió antes de que pudiera terminar de formular mi pregunta.- Desapareció hace nueve años… La policía dice que debe de estar muerta, o que fue vendida a extranjeros… dicen que debo resignarme… pero no pude evitar pensar en ella al ver a tu hermana… sus facciones son tan parecidas… la piel blanca, el cabello rojo… oh, mi pequeña Gretell…
Gretell. Me quedé helado. Estaba hablando con el padre de Gretell. Lo miré a los ojos… eran idénticos a los de ella… Tanto tiempo tan cerca de su trabajo… tal vez de haberlo encontrado antes, ella no estaría así ahora. Solo me quedaba esperar a que despertara.
Los días comenzaron a pasar. Cada uno más largo que el anterior. Ella seguía sin despertar. Renuncié a mi trabajo, apenas comía, apenas dormía. Pasaba todo mi tiempo al lado de Gretell, esperando que ella despertara.
En ese tiempo pasaron muchas cosas. La policía siguió los rastros, y descubrió que el culpable de tal atrocidad había sido Ernesto. Debido a algún error de procedimiento, lo dejaron en libertad. Gretell aún no despertaba. Entablé una especie de amistad con su padre, a quien, poco a poco, le fui dejando saber que ella era su hija. Conocí a su madre, y tuve que sobreponerme a mi dolor para poder ayudarla a ella a recuperarse de aquél golpe. Meg vino varias veces a Visitarla; le susurraba cosas al oído y le hacía trenzas, como cuando yo estaba en el trabajo. Y ella seguía sin despertar…
Al cabo de varios meses, decidimos que lo mejor sería desconectarla. No había ningún cambio en los signos vitales… era casi imposible que despertara… Casi imposible, me repetía a mi mismo esperando a que, por obra de algún milagro, despertara.
Estaba decidido. Sería al siguiente día, a las 12:55.
Faltaban unos minutos. Yo estaba llorando, sostenía su mano, esperando a que la apretara, o diera alguna otra señal de vida… Nada pasó… Llegó el momento. Apreté con fuerza su mano, y observé como apagaban las máquinas que la mantenían con vida.
Estaba muerta, lo estaba. Y aún muerta se veía hermosa.
El funeral sería esa misma noche. Recordé el vestido que pensaba darle para su cumpleaños. Salí del hospital y fui por el a mi departamento. Vi a Meg en la entrada. Ella me dirigió una mirada inquisidora que yo supe interpretar correctamente. Simplemente asentí. Sus ojos se humedecieron mientras yo entraba a mi apartamento. Sabía que, a una corta distancia, se encontraba el causante de su muerte, pues, en un alarde de descaro, Ernesto había permanecido en su departamento, como si nada hubiera pasado.
Entré a mi cuarto… nuestro cuarto. Sin querer, vi mi reflejo…. Estaba irreconocible. Me había dejado crecer la barba, lucía bastante sucio, mi cabello estaba enmarañado, había perdido mucho peso, cargaba unas enormes ojeras… Me metí al baño, tomé una ducha, me rasuré… sería la última vez que la vería, debía estar presentable.
Tomé un traje negro del armario y me vestí. Lucía delgado, cansado, pálido… pero al menos estaba presentable. Cogí la caja en la que estaba el vestido, ya que nunca había sido desenvuelto. Y me fui, directo al hospital sin molestarme en cerrar la puerta.
La madre de Gretell y Meg fueron quienes se encargaron de arreglarla. Meg le hizo una de esas trenzas que solía hacerle en vida. El vestido le quedaba perfecto, llevaba un poco de labial rojo, que combinaba con su cabello, y creaba un contraste perfecto con la blancura de su piel, resaltada por la muerte y lo negro del vestido. Aún muerta, se veía hermosa… tal vez más hermosa que nunca.
La velamos en el parque. Llegaron todos los vecinos, sus amigos, Meg, sus padres… todos los que las queríamos.
Reposaba en un féretro de cristal, así todos podríamos apreciar su belleza por última vez. La enteraríamos ahí mismo, en el parque. En el mismo parque en el que, llena de vida, solía correr reventando burbujas de jabón sopladas por chicuelos.
Cavamos el hueco, faltaba poco para depositarla en él y enterrarla para siempre. Nunca más volvería a verla.
La luna iluminaba el féretro donde descansaba, se veía tan hermosa…
Me acerqué lentamente a ella. Se veía tan bella… Levanté la tapa del féretro, y me incliné sobre ella. Acaricié sus cabellos, como la primera vez que ella buscó protección en mis brazos. Acerqué mis labios a los suyos, y le di un beso. Un beso dulce, un beso que nunca me atreví a darle en vida. El tiempo se congeló por un momento… solo éramos Gretell y yo… Lentamente me separé de ella. Le susurré que la amaba, mientras una lágrima escurría por mi rostro para caer en el suyo. Le acaricié tiernamente la mejilla, y después de dirigirle una última mirada, me di la media vuelta, y empecé a caminar, con un puñal en el bolsillo, en dirección al callejón donde la vi por primera vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario