viernes, 14 de agosto de 2015

****Jake: Amor en Tiempos de Guerra****

Era el año 2030, La tercera guerra mundial se encontraba en su punto crítico. Yo era un simple guerrillero, no perseguía una gran causa. No era... no éramos como los soldados rusos o estadounidenses que buscaban poder, que buscaban otro territorio que lucir como parte de sus dominios, no. Solo era parte de la resistencia de otro estado que luchaba lastimosamente por su libertad. 

Eran las cinco de la mañana. Hacía frío y aun no salía el sol. Pero no, la guerra no tiene horario. Rifle en mano, en cuclillas, detrás de una piedra. Mi rostro, mis ropas, todo yo estaba cubierto de polvo y sangre. Pero estaba bien, porque la sangre era del enemigo. Esperaba en silencio. Cualquier movimiento en falso, el más insignificante ruido podía alertarlos, y sería el final para mí.

Se escuchó el ruido de hojas secas al ser pisadas. Era mi señal. Corrí mientras disparaba a lo que se moviera y buscaba un lugar donde cubrirme. Dos soldados enemigos caídos… y pronto caería yo si no me movía rápido. Había delatado mi posición. Escuché disparos, varias balas pasaron rozándome, una me dio en la pierna. No sabía cuántos eran, así que mejor lancé una granada. Posiblemente era la última que tenía, pero no me importaba. En ese momento solo quería salvar mi pellejo. 

Vi que mi pierna estaba sangrando demasiado. Medio a rastras, logré alejarme de la zona y me interné en el bosque. Maldije a los soldados enemigos. Eran molestos; siempre que trataban de invadir nuestro territorio provocaban varias bajas. Hasta el momento habíamos logrado mantenerlos a raya. 

Me detuve a descansar sentado, recargando la espalda en un árbol. Tomé un cuchillo de los tantos que solía cargar en el cinturón, y desgarré un pedazo de mi pantalón para poder examinar la herida. La bala seguía adentro, y, posiblemente me hubiera desangrado rápidamente de haber tratado de sacarla. Pero que más daba, eso era algo que arreglaría luego.
Seguí descansando y pensando en que haría con mi pierna, cuando escuché que alguien se acercaba. No eran los pasos de alguien que trataba de ocultar su presencia, aunque eso no importaba; más me valía estar listo para defenderme. Tomé mi rifle, que milagrosamente no había perdido es el camino, y esperé.

Escuché como iba acercándose, y, al fin, la vi salir de entre los árboles. Iba acercándose lentamente, y yo podía verla mejor conforme la distancia era menor. Iba vestida con una camiseta negra, bastante escotada, que resaltaba su pequeña cintura y dejaba ver bastante de su, a mi parecer, bien proporcionado busto. También llevaba unos pantalones de mezclilla de aspecto desgastado, que, sin ser muy entallados, dejaba ver que tenía unas piernas que no dejaban nada que desear. Para completar su conjunto, llevaba calzadas unas botas negras militares. Su piel era blanca, demasiado, como si nunca le llegara la luz del sol, y su blancura resaltaba si se comparaba con mi piel morena. Llevaba su oscuro cabello recogido en una trenza que le llegaba a media espalda. A primera vista podría ser confundido con el mío, que era café oscuro… pero el suyo era más negro que la noche misma. Y, cuando estuvo más cerca, pude contemplar su rostro, de aspecto delicado, como dibujado por un ángel. Sus ojos eran grandes, color verde, hermosos, pero fríos como el hielo. Sus labios, rojos como la sangre, esbozaban una sonrisa burlona, pero esta sonrisa no pasaba de los labios. 

En general, era hermosa, peo su presencia causaba un poco de… ¿Miedo? Si, su presencia me hacía temer, me helaba la sangre.
Ella llevaba un rifle corto en la mano derecha. Instintivamente, apunté, pero ella anticipó mis movimientos y, en un segundo, ella estaba apuntando también. El uno estaba en la mira del otro.

-Baja el arma- Dijo con voz firme, a manera de orden
-¿Por qué debería hacerlo?- Contesté 
–Bueno- Dijo con voz calmada. –Es una buena pegunta, y puedo darte varias buenas respuestas. – Sin soltar su rifle, se apartó un mechón de cabello que le caía en la cara, tomó aire y empezó a hablar. – Para empezar, en tu posición, te será más difícil apuntar correctamente. Yo, en cambio, además de tener una excelente puntería, me encuentro en una posición bastante cómoda. Como siguiente punto, déjame decirte que, en caso de que yo disparara, podría salir corriendo de inmediato, mientras que, a juzgar por tu pierna herida, tú tendrías que esperar tranquilamente a ser cazado. Por último, si me mataras, dudo que logres encontrar a otra persona dispuesta a curarte esa pierna.-

Suspiré y dejé a un lado mi arma. Ella dejó de apuntarme con la suya, se acercó y me ofreció una mano para ayudar a levantarme. Titubeé por un segundo y la acepté.
Con algo de esfuerzo, logré levantarme. Tuve que recargarme de ella para poder caminar: de hecho, ella fue soportando una buena parte de mi peso durante el camino. A pesar de ser pequeña frente a mi (Pues ella medía 1.60 aproximadamente, contra mí 1.87 de estatura) era muy fuerte. Caminamos varios kilómetros, hasta llegar a una cabaña. No tenía llave. En la sala, había un montón de mantas apiladas a modo de cama.

 –Acuéstate ahí. Ya- Dijo al ver que no obedecía de inmediato. No me gustaba su carácter prepotente, pero obedecí sin chistar.

Cerré los ojos, tratando de no pensar. Repentinamente, un toque en el hombro hizo que me sobresaltara. Al abrir los ojos, vi que tenía una taza frente a mi.
 –Bebe- Ordenó – Es té. Ayudará a que te relajes.- 

Tomé la taza con recelo y me bebí el contenido de un golpe. Sabía asquerosamente dulce.
A los pocos minutos se me estaban cerrando los ojos. 

-¿Le pusiste algo?- Mi voz sonaba débil 
–Una mezcla de calmantes para animales y píldoras para la depresión que uso en mis noches de insomnio. Es bastante eficaz a mi parecer. – Respondió sin un dejo de culpa.
 –Maldita zorra…- Alcancé a murmurar. Ella contestó algo como “Deja de gemir y duérmete de una maldita vez” No recuerdo, porque me quedé dormido.

Cuando desperté, mi mente tardó un poco en rememorar los sucesos. Lo primero que hice fue tratar de pararme. Quería encontrar a esa zorra y exigirle una disculpa, pues no toleraba su carácter prepotente, pero mi pierna estaba inmovilizada. Y, por si fuera poco, tenía un brazo esposado a unas argollas de la pared. Justo cuando iba a comenzar a golpearlas, me di cuenta de que ella estaba sentada frente a mí, observándome. 

-Suéltame- Le exigí.
-Shhhh- Dijo poniéndome un dedo en los labios. Ahora se encontraba en cuclillas frente a mí. – Con calma grandote.- Dijo entre risitas- La bala astilló el hueso, así que mas te vale no moverte. –Quitó las esposas mientras hablaba- Te esposé porque no sabía como ibas a reaccionar. Puedes largarte ahora mismo si quieres, o puedo prepararte u sándwich.
Estaba indignado, pero me dolía todo y estaba hambriento…
-¿Tienes de atún?-
-En dos minutos están.- 
Volví a cerrar los ojos un momento, y si, en efecto, en menos de dos minutos estaba ahí con un plato de sándwiches. 

Dejó el plato entre las mantas y se sentó a mi lado. Tomé un sándwich y empecé a comer. Ella hizo lo mismo. Comíamos en completo silencio. 
-¿Tienes un nombre?- Soltó de la nada
-Me llaman Wolf.- 
-Me agrada- Contestó con una sonrisa. –A mi puedes llamarme Jake.
-Tanta femininidad en un nombre es inconcebible- Comenté mordazmente, a lo que ella respondió… 
-¿Importa?- Encogí los hombros y seguí comiendo. 

Jake era fría, pero comenzamos a entendernos. Me di cuenta de que era común que llegaran soldados a ser curados, comer, o a pasar la noche en la cabaña. También noté que era común verla irse sin motivo aparente, y que era algo que a nadie le extrañaba. Realmente yo no tenía a donde ir, y a ella no parecía molestarle mi presencia, así que decidí quedarme con ella hasta que me sacara a punta de patadas. Eso nunca sucedió.

-Vaya- dijo un tarde mientras me quitaba las vendas. –Nada mal para ser el trabajo de una niña- Murmuró entre risitas. La herida ya había cerrado, y yo podía mover la pierna sin sentir dolor. Debo admitir que había hecho un buen trabajo.

- ¿Niña?- Dije soltando una carcajada- Tú tienes el corazón de una anciana- 
-¿Alguna vez has preguntado mi edad?- No es necesario, es fácil calcularte unos veinticinco.- Ahora era ella quien reía a carcajadas. 
-¿Qué es tan gracioso?- Pregunté con el ceño fruncido- 
-Acabo de cumplir los diecisiete hace una semana.- Dijo sin parar de reír. Yo estaba mudo. –Aunque hay quienes dicen que aparento mayor edad- 
-¿Quién lo diría?- Logré balbucear.- Después de todo, eres una niña. 
–Puede que mi edad cronológica sea corta- Replicó con una enorme sonrisa.- Pero soy más mujer de lo que crees- 
-¿A qué te refieres?- Estaba algo confundido
-A muchas cosas mi estimado Wolf…-
Y de pronto, ella estaba devorando mis labios. Aunque me tomó completamente por sorpresa seguí su juego. Comenzamos a desvestirnos. Y esa tarde, ella me demostró que era una mujer en todos los aspectos, y que era mucho más mujer que otra del doble de su edad.

Después de hacer el amor, caí profundamente dormido, como la vez que me había sedado. Desperté solo, antes de que saliera el sol. Me puse algo de ropa y fui a la cocina por algo de agua. Ahí estaba sentado Dan, un soldado ruso que nos servía de informante. Había llegado una semana después que yo, y era común verlo por la zona. Podría decir que éramos amigos.

-¿Noche pesada?- Preguntó con una sonrisa burlona. Yo le di a entender que eso no era de su incumbencia. 
–Nada de lo que se hace aquí se mantiene en secreto; Vi cuando se levantaba y se vestía para salir.- 
-¿Sabes a dónde fue?- Hasta ese momento me surgía la duda. 
–Posiblemente fue por comida, o eso suele decir. Se fue con prisa. Posiblemente tenía nauseas, o le sangraba la nariz nuevamente y no quería que te percataras.- Explicó
-¿Qué te hace pensar eso?- La anterior explicación me había dado nuevas dudas.
-La he seguido sin que se de cuenta. A cualquiera le da curiosidad ver a alguien comportarse de la forma en que ella lo hace. No pierdas el sueño pro eso- Dijo al ver mi expresión- Como seguramente te habrá mostrado ayer, carga con más años encima de los que le corresponden. Imagínate lo estresante que es.- A demás, es normal sentirse algo mal después de una noche como la de ayer, ¿no?- Dijo con una sonrisa pícara.

Me encogí de hombros y bebí mi agua. Nos sentamos a desayunar mientras hablábamos de estrategias de guerra. 

Mi relación con Jake no cambió en absoluto, salvo por las noches de placer ocasionales, que se daban, básicamente, cuando a ella se le antojaba. Me di cuenta de que no era el único, pero omitía comentarios al respecto. Al fin y al cabo, no éramos nada.

Aunque nuestra relación era básicamente la misma, en base a lo que dijo Dan, comencé a fijarme más en su estado de salud. Y era cierto, a momentos se iba de la nada. Notaba que ocasionalmente tenía problemas para caminar sin tambalearse, o mostraba demasiado cansancio de un momento a otro. Sabía ocultarlo muy bien, pero no era suficiente cuando había alguien que nunca le quitaba los ojos de encima. A demás, llegué a encontrar pedazos de tela encontrados con su sangre (Pues su olor estaba impregnado en ellos) semienterrados entre las hojas secas de bosque. Fuera estrés o no, ella se estaba muriendo lentamente en mis narices…

Una noche, ella y yo estábamos caminando por el bosque. Era un paseo, algo completamente nuevo para mi, pues no solíamos vernos más que dentro de la cabaña, y ella siempre salía sola. Pero esta vez, ella solicitó mi compañía.
Caminábamos en completo silencio, sin hablar, sin mirarnos; solo caminábamos. De pronto, ella se detuvo en seco. 
-¿Qué sucede?- Pregunté
-Creo que oí algo.- Lo dijo fríamente, pero llevaba bastante tiempo estudiándola, lo bastante para saber que mentía. Pude percatarme de que se acentuaba la palidez en su rostro, y del dejo de cansancio en su voz. Tomé su mano: estaba helada. 

-Siéntate- Ordené -Dije que te sientes- Repetí, pues ella solo me veía.
 –No es necesario- Dijo con voz débil, pero firme. 
–No soy estúpido.- 
-Nunca dije que lo fueras- 
-¡Pues me tomas como tal!.- Grité -¡¿CREES QUE NO ME DOY CUENTA DE QUE TE ESTÁS MURIENDO LENTAMENTE FRENTE A MI?!- Gritaba como si estuviera a kilómetros, aunque estabamos tan cerca que podía sentir su aliento en el cuello. 
–Esto, mi estimado Wolf, no es de tu incumbencia.- Susurró. Se dio media vuelta, dispuesta a seguir caminando, pero a los pocos pasos, cayó al suelo. No era un tropiezo; se había desmayado.

La tomé en brazos y la llevé cargando hasta la cabaña, donde la dejé entre las mismas mantas que ella me había dejado alguna vez, y me senté a esperar a que despertara de la forma en la que ella llegó a hacerlo. Nunca la había visto dormir, y, ahora podía notar que, dormida, parecía un ángel.

No podía creer que alguna vez había sentido miedo en su presencia. Comencé a rememorar nuestro primer encuentro. En ese momento, tenía el cabello suelto. Era lacio, jamás se lo desenredaba, pero como sea, se le acomodaba bien. Estaba mucho más pálida, y ahora lucía unas enormes ojeras de las que antes carecía. Sus labios eran igual de rojos, si no más. Llevaba una camiseta parecida a la primera, pero en café, los mismos pantalones, las mismas botas, pues nunca usaba otra cosa. Y, de todas formas, era igual de hermosa.

Comenzó a despertar. Lo primero que hizo fue tratar de levantarse. Yo se lo impedí. Fijó sus ojos color césped en los míos color tierra. 
–Sabía que lo primero que harías sería tratar de levantarte. No te lo recomiendo, pues estás débil. Pero si gustas, puedes largarte, o puedo darte un sándwich.– Ella no pudo evitar sonreír
-¿Por qué me trajiste?- Preguntó
-¿Qué querías? ¿Qué te dejara tirada?- 
-No hubiera sido el fin del mundo.- 
-No seas idiota- repliqué -Te estimo demasiado como para dejarte tirada… como si fueras un vil soldado ruso. –Ella rio
-Cualquiera lo habrían hecho- Dijo, un poco más seria
-Yo no soy cualquiera- 
-Es cierto. Yo no amo cualquiera. Te amo a ti.- Esas palabras me dejaron helado
-Si, sé que estás pensando en que soy una zorra, y eso no va a cambiar. Pero yo estoy enamorada de ti, no de ellos. Y ahora, tráeme un sándwich. De atún. Y rápido, que muero de hambre.-
 –Pero…- Balbuceé  
-No tienes que contestar, de hecho, no quiero que lo hagas. Solo ve por mi maldito sándwich.-

Obedecí sin chistar. A los pocos minutos nos encontrábamos comiendo juntos, en silencio. Esa noche no volvimos a hablar del tema. De hecho, nunca lo hicimos.

Después de ese comentario, las cosas siguieron exactamente igual que antes. Ella no modificó su conducta en lo más mínimo. Seguíamos comportándonos como de costumbre, aunque por dentro, esa frase me había marcado fuertemente. Y ahora, no podía evitar sentir una fuerte punzada de celos al saber que entregaba a otro hombre ese cuerpo que tanto deseaba poder presumir mío, ni podía evitar que ella se robara toda mi atención, o quedarme lo que a mi perspectiva parecían horas viéndola como imbécil. Y ella, o no lo notaba, o no le importaba.

Pasaron semanas, ella cada vez se veía peor, pero actuaba como si nadie más fuera a darse cuenta. Y nadie decía nada, solo yo, que sentía como mi vida se desvanecía al mismo paso que la suya. Pero ella silenciaba mis palabras de alguna forma. Era evidente que no deseaba hablar del tema. 

Una mañana, desperté desnudo, abrazado a ella. Se veía hermosa durmiendo, y no quise despertarla. Le di un beso suave en los labios, y me alisté para salir. No había mucho movimiento por parte de los rusos, y eso me daba mala espina.

Estaba caminando solo en el bosque, pensando en ella, cuando oí que alguien se acercaba corriendo. Cargué mi arma y me escondí tras unos arbustos… Pero al otro momento, corría hacia la fuente del bullicio. Era Dan, con la ropa teñida de sangre. Algo me dijo que no era de alguien más. Lo detuve. Tenía los ojos desorbitados. 

-¿Qué sucede?- Pregunté alarmado.
 -Ellos… ellos van a bombardear la zona…- Dijo con la voz entrecortada. Estaba asustado.- Quise mandar un telegrama advirtiendo, pero… pero uno de ellos me vio… disparó, pero sólo logró darme en la pierna… No sé si hay otros… él… él estaba detrás de mi hace unos… -

No pudo seguir hablando, pues el sonido de una bala lo silenció. Disparé y eliminé al soldado antes de que pudiera apuntarme. Traté de hacer hablar a Dan, pero era inútil, estaba muerto.

-Jake- Murmuré. Vi su rostro por un segundo, y corrí lo más rápido que pude, sin detenerme, hasta llegar a la cabaña. Abrí a puerta de un golpe, y, al entrar, lo primero que vi fue a ella, dirigiéndome una mirada inquisitiva.

-Dan está muerto- Solté sin rodeos.- Debemos huir… van a bombardear la zona… Moriremos si no nos largamos ya…-

-Yo no iré a ningún lado- Dijo con voz fría. 
-Por un demonio Jake... No es momento para jugar a la heroína. Nos harán mierda en cuesntión de minutos.- Usé el "nosotros" de forma involuntaria. Ella lo notó.
  –Lo sé, maldita sea, pero ya estoy muriendo. No viviré más de dos semanas. Y prefiero mil veces caer aquí, en la guerra, a huir como una cobarde para morir retorciéndome de dolor. Es menos humillante. Y tú te quedarás conmigo. Me amas, y no podrás vivir sin mi. Lo sé.-

La vi a los ojos. Decía la verdad. La amaba con locura, y no podría vivir sin ella. Sin decir palabra, la tomé de la cintura y la besé. Fue un beso apasionado, un beso que decía todo lo que jamás diríamos con palabras. Cuando nuestros labios se separaron, no la solté. Estuvimos así, abrasados, por un tiempo impreciso. Entonces me separé de ella y acaricié su mejilla. Fui por un par de rifles, una mochila que tenía todas las granadas que quedaban y municiones, muchas municiones. Suficientes para que nosotros nos extinguiéramos antes que ellas.

-Vamos- dije con vos firme.- Hay un campamento de rusos a pocos kilómetros. –Ella asintió y tomó uno de los rifles. Le di un beso más. –Solo queda ver a cuantos podemos hacer caer con nosotros.-

jueves, 13 de agosto de 2015

****Gretell****



Recuerdo… recuerdo que era invierno, el invierno más frío en una década. La noche anterior había nevado, por lo que las calles estaban cubiertas de espesas capas de nieve. A pesar del frío, tomé un taxi para salir a caminar, lejos de mi casa. Ese día no tenía que trabajar, por el frío, y yo me alegraba de librarme de un día de oficinas, tan aprisionantes para un joven de 22 años como yo. Después de tomar un café, regresé a las calles, donde había bastante gente, tomando en cuenta el frío. Quise prender un cigarrillo, pero sabía que sería mal visto fumar entre tantas personas, y más que nada, entre tantos niños que había; en eso, vi un callejón muy tranquilo. Caminé hacía él. Estaba desierto, tenía grafitis en las paredes, y había basura regada fuera de los contenedores. Me recargué de una pared y encendí mi cigarrillo.
Estaba tranquilo, fumando y meditando, cuando de pronto, vi una mano asomarse de la parte trasera de los contenedores. Me acerqué, y vi algo que me dejó impresionado. Era una chica, tendría unos 15, máximo 17 años. Era pelirroja, eso se distinguía aunque su cabello se encontraba sucio y enredado. Su piel era de aspecto terso, a pesar de que estaba cubierta de mugre. Llevaba puesta una falda que le llegaba a las rodillas, y un suéter ligero, ropa muy inapropiada para ese cruel clima. Me acerqué para tomarle el pulso: era débil, pero existente.
Sin pensarlo dos veces, la levanté, y la llevé en mis brazos lo más rápido que pude al hospital más cercano. Pedí una camilla, que la atendieran, dije que era mi hermana y que yo pagaría todos los gastos. La limpiaron un poco, la hicieron entrar en calor, le pusieron suero intravenoso, le desinfectaron varias heridas y la abrigaron. Me senté a lado de la cama, mientras ella dormía. Era muy hermosa, parecía un ángel. Ahora que estaba algo limpia, pude observar que tenía varios moretones y arañazos. Estaba observándola, embelesado por su belleza, cuando repentinamente, abrió los ojos.
Me miró fijamente. Sus ojos eran bellísimos, color miel, reflejaban dulzura e inocencia. Después observó a su alrededor, evidentemente confundida. Me preguntó dónde estaba, qué habías sucedido. Le expliqué que la había encontrado inconsciente detrás de unos cubos de basura, que la había llevado al hospital, que había estado a punto de morir de deshidratación, anemia e hipotermia. Ella me escuchaba en total silencio. Terminé de hablar, ella seguía callada, hasta que preguntó, “¿Cómo te llamas?” –Andreé- Respondí- “Gracias Andreé” Dijo ella. ¿Y cuál es tu nombre preciosa?- Pregunté- “Gretell, mi nombre es Gretell.”
Esbozó una ligera sonrisa, y yo no pude evitar sonreír como un idiota a forma de respuesta. Era tan hermosa cuando sonreía…
-Bueno Gretell- dije yo- Tu familia debe de estar muy preocupada, tal vez sea mejor llamarlos…- ¡NO, POR FAVOR!- dijo entre sollozos, y después, se arrojó a mis brazos. Respondí el abrazo, y ella, sollozando, hundió su cabeza en mi pecho. Esperé a que se calmara, acariciando sus cabellos, hasta que fue dejando de sollozar. Estaba extrañado, pero guardé silencio y seguí abrazándola hasta que dejó de llorar por competo.
Cuando al fin se tranquilizó, me pidió que por favor, no llamara a nadie. Me pidió que la dejara volver a la calle, pero que no llamara a su familia. Estaba sorprendido, de que, después de casi morir de frío, me pidiera que la dejara nuevamente expuesta. No estaba dispuesto a hacerlo, no lo haría.
¿Por qué no deseas volver con tu familia preciosa?- Pregunté, acariciándole el rostro- Ellos… ellos no me quieren. Mi mamá me golpea si no hago bien las tareas que me dan, o si está enojada. Mi papá es igual, y últimamente me miraba de una forma que me asustaba… Una noche olvidaron cerrar con llave la ventana de mi cuarto, y escapé- Respondió, al tiempo que soltaba nuevas lágrimas. Definitivamente no dejaría que esa niña volviera a esa vida. Ni a esa vida, ni a la calle. -¿Cómo has soportado tanto tiempo eso?- Dije, horrorizado de la idea de que alguien tratara así a ese ángel. –No siempre fue así…- Respondió en un susurro– No era así con mis otros papás.
Esa respuesta me dejó confundido. -¿Tus otros padres?- Pregunté. –No los recuerdo bien, tendría tal vez 8 años, eran muy dulces conmigo, decían que era su princesa. Recuerdo que un día, salí al parque sola, y me perdí. Me solté a llorar, y unos señores dijeron que me llevarían con mis padres. Me llevaron a un lugar que no conocía, y me encerraron. A los dos días, me llevaron con una pareja, y me dijeron que ahora ellos eran mis padres. Y he estado con ellos hasta hace poco, pero… pero no me gusta cómo me trataban- Respondió. Estaba llorando nuevamente.
Ella era muy inocente, pero yo lo tenía claro: Había sido secuestrada y la habían vendido como una especie de esclava. Esa gente no era su familia, y aunque lo fuera, no la dejaría volver con ellos. Estaba decidido, esa joven no volvería a sufrir si podía evitarlo.
-Tranquila Gretell- Dije acariciando su cabello- Ellos no volverán a hacerte daño. Desde ahora vivirás conmigo.- Vi como sus ojos se iluminaban y esbozaba una enorme sonrisa. No le daba miedo ir con un desconocido. Sin duda, era ingenua. Estaba agradecido de haberla encontrado… quien sabe con qué clase de gente pudo haberse topado… ¿Es enserio? –Sí, lo es.- ¡Oh, gracias!- Repentinamente, ella estaba abrazándome nuevamente… Se sentía tan bien tenerla en mis brazos…
Esperé a que la dieran de alta, y la llevé a mi departamento. Era un edifico de tres pisos, con cuatro apartamentos en cada piso. Llevaba unos pocos meses viviendo en el lugar, y solo sabía los nombres de los inquilinos de mi propio piso. Un apartamento estaba vacío, en otro vivía una señora de unos 65 años; la señora Margaret. Era muy dulce, y cuando llegué, me dijo que podía llamarla Meg. También había un hombre. Él se llamaba Ernesto. Era muy poco amistoso, tendría unos 30 años, y un aire sombrío. Me daba mala espina, pero bastaba con evitarlo. Llegamos, y le ofrecí algo de comer. Ella asintió ansiosamente. Preparé unos sándwiches, y ella se devoró tres. Era evidente que estaba hambrienta.
Estuvimos platicando un rato antes de dormir. Supe que tenía 16 años, que su color favorito era violeta, que le gustaba cantar cuando nadie la escuchaba, y que tenía más hambre. Le di una taza de chocolate caliente y un pan tostado, que aceptó feliz de la vida. Después de terminar, seguimos hablando de cosas sin importancia. De pronto, no pudo evitar bostezar, la vi a los ojos, era evidente que tenía sueño. Ella dormiría en mi cama, yo estaría bien en el sofá. La llevé a mi cuarto y me encargué de cobijarla bien. Se quedó dormida de inmediato.
Salí sin hacer ruido, para ver si Meg tenía algo de ropa, pues seguía vestida de la misma forma que la encontré. Sorprendentemente, tenía bastantes prendas que podrían quedarle a Gretell. Me obsequió bastantes prendas. Aún me pregunto de quien habrían sido… Es un misterio, pero cada vida es una historia.
Dejé la ropa en el comedor, tomé unas cobijas, y me acosté en el sofá. –Gretell…- Susurré, al tiempo que esbozaba una sonrisa antes de quedarme dormido.
Desperté temprano, como de costumbre para ir a mi trabajo. Fui por algo de ropa a mi cuarto, y vi que aún dormía. Me duché, me vestí y preparé algo de desayuno. Ella se despertó con el olor de la comida, y llegó de inmediato al comedor. Sonreí y le di los buenos días. La invité a sentarse a desayunar algo. Aceptó de inmediato. Desayunamos juntos, y antes de irme, le señalé la ropa, le dije dónde podía encontrar toallas para bañarse, la instruí sobre como encender el agua caliente y la autoricé a tomar la comida que deseara. Estaba a punto de irme, cuando me di la media vuelta y le dije. –Una última cosa: no le abras a nadie.- Después de esto, me fui a trabajar.
Fue un día normal. Regresé y al entrar, la encontré leyendo uno de mis libros. Ella sonrió y corrió a abrazarme… me sentía tan feliz… Ahora estaba completamente limpia, llevaba un pantalón negro y un suéter gris y unas botas negras. Su rojo cabello se veía reluciente, y caía en forma de ondas enmarcando su bello rostro.
¿Cómo la has pasado?- Oh, de maravilla. Encontré este libro en tu cuarto, espero que no te moleste que lo haya tomado sin pedir permiso… - Para nada, debí suponer que necesitarías algo con que entretenerte- Respondí sonriendo. Ella a su vez me respondió con una hermosa sonrisa.
Bueno, ahora sabía cómo mantenerla entretenida. Al día siguiente, al regresar del trabajo, pasé a una librería y compré varios ejemplares para Gretell. Los envolví a modo de regalo, y ella se puso a saltar de alegría al abrir su obsequio. Sus ojos brillaban de felicidad, y cada abrazo que me daba, era como estar unos segundos en el paraíso.
Eso se convirtió en rutina. Todos los días ella se quedaba en mi apartamento mientras yo trabajaba. Al cabo de cierto tiempo, comencé a llevarla al parque algunas tardes. Ella corría persiguiendo mariposas, reventaba burbujas que algunos pequeños hacían, se sentaba a platicar conmigo en las bancas, tomaba el sol acostada en el césped, y a veces disfrutábamos juntos un helado.
Mientras yo estaba en mi trabajo, ella se quedaba leyendo en mi apartamento. Gastaba una buena parte de mi sueldo en libros para ella, pero el verla sonreír valía eso y mucho más.
Con el paso del tiempo, empezamos a tomar confianza, y ella empezaba a dar pequeños paseos por la manzana, platicar con los vecinos, y se hacía cada vez más amiga de Meg. Ella solía hacerle trenzas; le entretenía, y le gustaba hacerlas, ya que su cabello era hermoso. Pasado el invierno, comenzó a sacar vestidos de alguna parte. Tal vez los compraba para ella, nunca me dijo...
Con su sedosa cabellera acomodada en distintas trenzas, su piel blanca y perfecta, sus enormes ojos miel, su bello rostro y los vestidos que resaltaban las perfectas curvas de su cuerpo, parecía una muñeca de porcelana, una creatura sobrenatural. Era hermosa, la amaba, pero era tan inocente… el solo verla sonreír era suficiente para mí.
Sus paseos matutinos se hicieron costumbre, todos los vecinos la conocían y la querían, era tan dulce y hermosa, que uno solo podía sentir empatía por ella… Incluso solía comentarme sobre su amistad con Ernesto, el vecino huraño. Me contaba que solía ofrecerle dulces y galletas, que constantemente halagaba su hermosura. Y eso no me sorprendía, porque Gretell era realmente hermosa…
Pasaron los meses, no hubo un solo día en el que me arrepintiera de haberla llevado conmigo. Ella alegraba mí antes vacía existencia, y pasaba el día entero suspirando pensando en ella. Sus heridas fueron sanando una a una, sus mejillas tomaron color, y nunca más la vi volver a soltar una lágrima… y eso me hacía tan feliz… No necesitaba más, porque la amaba.
Acababan de pasar exactamente seis meses desde el día que la encontré detrás de los contenedores de basura. Estábamos en el parque, acostados en el césped y saboreando un helado. No hablábamos, solo veíamos el cielo. De pronto, ella rompió el silencio. – ¿Sabes? falta una semana para mi cumpleaños.- Dijo sin razón aparente. – ¿De verdad?- Si, el próximo viernes cumpliré 17 años- Dijo con una enorme sonrisa. –Aún recuerdo el último cumpleaños con mis padres, jamás podría olvidar ese día…- Dijo con un tono melancólico. –Pero- Dijo recuperando su sonrisa- Esta vez estaré contigo.- Yo no dije nada, simplemente la abracé.
Al día siguiente, regresando de mi trabajo, decidí tomar una calle diferente, y me topé con una tienda de ropa. En la vitrina, se observaba a un maniquí que portaba un vestido negro de seda, sin tirantes, con pequeñas rosas dibujadas en la altura del pecho. Supe de inmediato que le quedaría a la medida, y, pensando en que al en unos días sería su cumpleaños, decidí comprárselo como regalo.
Estaba a punto de entrar a mi departamento, pero vi que Meg se encontraba en el pasillo. –Buenas noches Meg- Buenas noches joven Andreé.- Estaba a punto de abrir, cuando ella me llamó. -¿Necesita algo Meg? – Pregunté confundido, pues ella no solía pedir favores. –No, no necesito nada, pero debo decirle una cosa.- ¿Qué sucede? –Andreé. – Dijo en tono serio. – Tú sabes que le tengo mucho cariño a Gretell, y me importa su bienestar. Y sé cuánto significa para ti. Hoy en la mañana, la observé mientras platicaba con Ernesto, y pude sentir que tras sus halagos había dobles intenciones. Vi como la desvestía con la mirada. –Yo escuchaba anonado las palabras de la anciana- Debes cuidarla, tengo un mal presentimiento con respecto a Ernesto. Aléjala de él, por su propio bien. Ella es muy hermosa, y a pesar de poseer la inocencia de una niña, es toda una mujer. Y eso la convierte en una presa tan vulnerable… Cuídala Andreé, cuídala…
Le di las gracias por sus consejos, y, aturdido, abrí la puerta del apartamento. Allí estaba, absorta leyendo un libro. Aprovechando su distracción, fui a esconder su regalo en mi cuarto, que ahora era nuestro cuarto. Después, me acerqué para recibir mí ya habitual pero vital abrazo de bienvenida. La vi, y pensé en lo que me había dicho Meg… No, no era momento de preocuparme. Cenamos y nos fuimos a dormir, abrasados en mi cama, como ya era costumbre. Esa noche, apenas pude dormir.
A la mañana siguiente, estaba agotado. Apenas había podido cerrar los ojos, era un extraño sentimiento de pesar que no me dejaba respirar tranquilo. Al alistarme para ir al trabajo, sentí un enorme deseo de quedarme… pero tenía que ir, una falta podía costarme el empleo. Me despedí de Gretell casi con lágrimas en los ojos… era absurdo… -No le abras a nadie- Le dije antes de irme.
Estuve intranquilo en el trabajo, las horas se me hacían eternas, cada minuto era una eternidad. Salí corriendo diez minutos antes de que terminara mi turno. Subí las escaleras lo más rápido que pude, y al llegar a la puerta, estaba sin aliento.
De pronto, algo me dejó helado: La puerta estaba abierta, y se notaba que la cerradura había sido forzada. Entré corriendo, el departamento era un desastre. Llamé a Gretell a gritos. Silencio absoluto. Entré a nuestro cuarto, y ahí estaba… Tenía muchas heridas, sangre en el rostro, la ropa hecha jirones… su pulso era muy débil.
Sin pensarlo dos veces, la tomé en brazos y la llevé corriendo al hospital más cercano. No era el mismo de la primera vez, y era otra época del año. Los pasillos estaban saturados de gente. Pedía ayuda, pero nadie se dignaba a verme.
Estaba a punto de ponerme a gritar. En eso, un médico clavó su mirada en Gretell. Llamó a una enfermera y ordenó que la atendieran de inmediato. Pude observar que era un hombre alto, de unos 40 y tantos, cabello negro, y unos ojos idénticos a los de Gretell.
La subieron a una camilla, le pusieron oxígeno y comenzaron a tomar sus signos vitales. Estuve detrás de ella, confundido, asustado mientras le sacaban sangre y la revisaban. Esperaba a que despertara, pero no lo hacía.
Unas horas después, todo estaba más tranquilo, pero seguían sin decirme nada. Vi al médico que ordenó que la atendieran entrar a la habitación. -¿Qué es usted de ella? Preguntó de inmediato. Su voz no era fría, como suelen ser las voces de los médicos. –Su hermano- contesté automáticamente. No quería perder tiempo dando explicaciones. El doctor suspiró antes de hablar. –Ella tiene señales que indican que ha sufrido abuso sexual. – Me quedé helado- Tiene muchas heridas, probablemente se las hiso tratando de defenderse.- No podía respirar- Pero eso no es todo. Le administraron una mezcla de distintas drogas para sedarla. Esa mezcla la ha dejado en estado de coma.
No podía hablar, no podía moverme, no podía respirar… Todo eso había pasado mientras yo estaba tranquilo en mi oficina… Todo era mi culpa.
-¿Cuánto… cuánto tiempo tardará en despertar?- Pregunté con la voz entrecortada. –No se sabe- Dijo con voz melancólica- Tal vez unas horas… o tal vez nunca despierte…- Eso fue demasiado para mí. Me desplomé en el sofá y me quedé sollozando hasta dormirme.
Desperté confundido, con la esperanza de que todo fuera un mal sueño… pero no, ella estaba a un lado, dormida… mas bien en coma, pero seguía siendo hermosa. Vi al doctor parado en la entrada, observándola. -¿Hay mejorías?- Pregunté ansiosamente- No, nada aún. Estoy haciendo todo lo que está en mis manos. – Lo dijo como se dice una promesa, no de la forma en la que los médicos suelen hablar.
Gracias… usted fue el único que trató de ayudarla…. – Necesitaba agradecerle, pasara lo que pasara, por intentarlo.- Es mi trabajo… a demás… ella me recuerda tanto a mi hija…. -¿Ella está…?- No lo sé. – Respondió antes de que pudiera terminar de formular mi pregunta.- Desapareció hace nueve años… La policía dice que debe de estar muerta, o que fue vendida a extranjeros… dicen que debo resignarme… pero no pude evitar pensar en ella al ver a tu hermana… sus facciones son tan parecidas… la piel blanca, el cabello rojo… oh, mi pequeña Gretell…
Gretell. Me quedé helado. Estaba hablando con el padre de Gretell. Lo miré a los ojos… eran idénticos a los de ella… Tanto tiempo tan cerca de su trabajo… tal vez de haberlo encontrado antes, ella no estaría así ahora. Solo me quedaba esperar a que despertara.
Los días comenzaron a pasar. Cada uno más largo que el anterior. Ella seguía sin despertar. Renuncié a mi trabajo, apenas comía, apenas dormía. Pasaba todo mi tiempo al lado de Gretell, esperando que ella despertara.
En ese tiempo pasaron muchas cosas. La policía siguió los rastros, y descubrió que el culpable de tal atrocidad había sido Ernesto. Debido a algún error de procedimiento, lo dejaron en libertad. Gretell aún no despertaba. Entablé una especie de amistad con su padre, a quien, poco a poco, le fui dejando saber que ella era su hija. Conocí a su madre, y tuve que sobreponerme a mi dolor para poder ayudarla a ella a recuperarse de aquél golpe. Meg vino varias veces a Visitarla; le susurraba cosas al oído y le hacía trenzas, como cuando yo estaba en el trabajo. Y ella seguía sin despertar…
Al cabo de varios meses, decidimos que lo mejor sería desconectarla. No había ningún cambio en los signos vitales… era casi imposible que despertara… Casi imposible, me repetía a mi mismo esperando a que, por obra de algún milagro, despertara.
Estaba decidido. Sería al siguiente día, a las 12:55.
Faltaban unos minutos. Yo estaba llorando, sostenía su mano, esperando a que la apretara, o diera alguna otra señal de vida… Nada pasó… Llegó el momento. Apreté con fuerza su mano, y observé como apagaban las máquinas que la mantenían con vida.
Estaba muerta, lo estaba. Y aún muerta se veía hermosa.
El funeral sería esa misma noche. Recordé el vestido que pensaba darle para su cumpleaños. Salí del hospital y fui por el a mi departamento. Vi a Meg en la entrada. Ella me dirigió una mirada inquisidora que yo supe interpretar correctamente. Simplemente asentí. Sus ojos se humedecieron mientras yo entraba a mi apartamento. Sabía que, a una corta distancia, se encontraba el causante de su muerte, pues, en un alarde de descaro, Ernesto había permanecido en su departamento, como si nada hubiera pasado.
Entré a mi cuarto… nuestro cuarto. Sin querer, vi mi reflejo…. Estaba irreconocible. Me había dejado crecer la barba, lucía bastante sucio, mi cabello estaba enmarañado, había perdido mucho peso, cargaba unas enormes ojeras… Me metí al baño, tomé una ducha, me rasuré… sería la última vez que la vería, debía estar presentable.
Tomé un traje negro del armario y me vestí. Lucía delgado, cansado, pálido… pero al menos estaba presentable. Cogí la caja en la que estaba el vestido, ya que nunca había sido desenvuelto. Y me fui, directo al hospital sin molestarme en cerrar la puerta.
La madre de Gretell y Meg fueron quienes se encargaron de arreglarla. Meg le hizo una de esas trenzas que solía hacerle en vida. El vestido le quedaba perfecto, llevaba un poco de labial rojo, que combinaba con su cabello, y creaba un contraste perfecto con la blancura de su piel, resaltada por la muerte y lo negro del vestido. Aún muerta, se veía hermosa… tal vez más hermosa que nunca.
La velamos en el parque. Llegaron todos los vecinos, sus amigos, Meg, sus padres… todos los que las queríamos.
Reposaba en un féretro de cristal, así todos podríamos apreciar su belleza por última vez. La enteraríamos ahí mismo, en el parque. En el mismo parque en el que, llena de vida, solía correr reventando burbujas de jabón sopladas por chicuelos.
Cavamos el hueco, faltaba poco para depositarla en él y enterrarla para siempre. Nunca más volvería a verla.
La luna iluminaba el féretro donde descansaba, se veía tan hermosa…
Me acerqué lentamente a ella. Se veía tan bella… Levanté la tapa del féretro, y me incliné sobre ella. Acaricié sus cabellos, como la primera vez que ella buscó protección en mis brazos. Acerqué mis labios a los suyos, y le di un beso. Un beso dulce, un beso que nunca me atreví a darle en vida. El tiempo se congeló por un momento… solo éramos Gretell y yo… Lentamente me separé de ella. Le susurré que la amaba, mientras una lágrima escurría por mi rostro para caer en el suyo. Le acaricié tiernamente la mejilla, y después de dirigirle una última mirada, me di la media vuelta, y empecé a caminar, con un puñal en el bolsillo, en dirección al callejón donde la vi por primera vez.

lunes, 1 de junio de 2015

****Limbo****


Tras una noche de excesos, en algún punto de la madrugada, un joven sube a su motocicleta y arranca. Va muy rápido. El viento azotando contra su rostro y alborotando sus cabellos aumenta la euforia producida por las drogas que hace menos de cinco minutos ha ingerido. Acelera más, sin notar que un auto se aproxima frente a el, pues, en otro arranque de imprudencia, ha cerrado los ojos. El pobre idiota ni siquiera lleva un casco.

Se escucha un estruendo. La sangre fluye por el suelo. Alguien de la multitud que rápidamente se a formado llama a una ambulancia.

El joven despierta, y lo primero que hace es tratar de abrir los ojos, pero no puede. De igual forma, tampoco puede moverse. O gritar. Está preso dentro de su propio cuerpo. Inmóvil por fuera, retorciéndose y gritando por dentro, hasta que, lentamente, se calma, y todos los recuerdos llegan bruscamente a su cabeza.

Las imágenes lo golpean con la misma intensidad que el auto. Ve todo desde todos los ángulos. Repite las escenas un millón de veces en su mente; en cámara lenta, rápido, cuadro por cuadro... como en una película que puede analizar a su antojo. Entonces, sin darse cuenta, susurra la respuesta que le parece más natural: "Estoy muerto".

Las dos palabras se repiten infinidad de veces, martillean su cabeza, lo queman, lo devoran. ¿A dónde ha ido toda la euforia de su último recuerdo? Está muerta, como el cree estarlo.

Sabe que no puede moverse, hablar, o siquiera abrir los ojos; El pobre imbécil no se percató de su susurro. No sabe, sólo cree saber.

Está asustado. Se pregunta que pasará ahora que está muerto. Tal vez está en el infierno, o tal vez su cuerpo simplemente se pudrirá y será devorado por los gusanos. Nunca creyó en Dios, por lo tanto, tampoco creyó en el paraíso o en el infierno. A su criterio, lo segundo es más probable.

¿Está en una morgue o ya lo han enterrado, o tal vez sigue tirado sobre el asfalto? El olor se lo dirá todo. Olfatea. No huele a nada, pero ha hecho un descubrimiento importante. Nuestro estúpido amigo no es tan estúpido como para ignora el hecho de que ha podido respirar. Se pregunta si aún seguirá vivo, pero recuerda las imágenes del choque. Aunque desea estar equivocado, está convencido de su muerte.

Ha podido respirar, así que tal vez, si lo intenta, podrá abrir los ojos. Puede, de alguna forma lo sabe, pero le da miedo hacerlo. No sabe que encontrará al levantar los parpados. El miedo y la curiosidad entablan una veloz lucha, ganada por la curiosidad. Suspira y abre los ojos.

Nada, no hay nada en todo su campo de visión. Todo está completamente blanco. No hay luces o sombras, no alcanza a distinguir ninguna forma o color a distancia. El blanco, un blanco frío, invade todo. Sea lo que sea que esperara ver, no era eso. Anonadado, parpadea un par de veces, pero no son sus ojos los que fallan, pues puede ver sus manos a la perfección. Vuelve a parpadear. Nada, todo sigue igual de blanco.

Se pone de pie y empieza a caminar. No le parece estar avanzando, pues el paisaje sigue siendo exactamente igual. No ve un límite o algo diferente. Blanco monótono, blanco glaciar, blanco irreal. Blanco. El vació parece extenderse de forma infinita. Lo único que compite con la blancura, es el silencio, un silencio indescriptible, aterrador. Un silencio que ningún hombre cuerdo ha presenciado. Palpable. Grita, buscando una respuesta, auxilio, pero, más que nada, para romper el terrible silencio, pues algo le dice que nadie responderá. No se equivoca. De todas maneras, sigue gritando, oír sus propios gritos es mejor que seguir soportando el silencio.

Corre. El lugar no puede ser infinito, tiene que haber algo más. Una puerta, una pared, un precipicio, lo que sea. Sigue corriendo, tratando de huir de su entorno, pero parece que, en efecto, el vació es infinito. Sigue corriendo hasta caer, sin fuerzas. Desesperado, grita nuevamente, pero ahora ya no pide ayuda, solo quiere exteriorizar su agonía.

Grita hasta que su voz se extingue mientras cierra los ojos, con la esperanza de que al abrirlos encuentre algo más; pero sabe que eso no pasará, pues, en el espacio que se da entre un grito y otro, vuelve a reinar el silencio. Cuando ya no es capaz de seguir gritando, se limita a sollozar. Siempre mantuvo un perfil de tipo duro: su padre le enseñó que los hombres no lloran, pero, ahora que se encuentra completamente sólo, ahora que estaba rodeado por la nada, que el mismo era nada, eso ya no importaba. A demás, sus sollozos ayudaban a mitigar el silencio.

El ex-hombre lloró hasta quedarse dormido.

Despierta nuevamente. Está por abrir los ojos cuando recuerda lo sucedido. Nunca creyó en Dios, pero ahora le reza para encontrar cualquier cosa, lo que sea, menos ese vacío. Se arma de valor y abre los ojos. Nada. Sus plegarias no fueron escuchadas.

Los ojos le arden, la cabeza le punza, siente nauseas. Su malestar no tiene nada que ver con la juerga de su última noche, desde la cual, para él, han pasado mil años. Si está muerto, debe estar en el infierno.

Pasó su vida entre bullicio, tratando de no estar sólo. Siempre tenía a sus compañeros de juerga, música sin significado pero bulliciosa, drogas, alcohol, la motocicleta, la computadora, la televisión... Siempre tenía algo para tratar de no sentirse vacío, para no pensar, y siempre había funcionado, quizás demasiado bien. Pero ahora no le quedaba nada. El vacío lo había devorado de forma externa y lo estaba devorando por dentro. Arder en las llamas del infierno predicado por los religiosos, cualquier cosa, era mejor que eso.

Un grito desgarrador, mezclado con una risa frenética escapó de su garganta mientras se arrancaba los ojos. De esa forma no tendría que soportar la blancura, así estaba mejor. Reía, completamente desquiciado, al tiempo que proclamaba a nadie su victoria. Solo el silencio le respondía, y el interpretaba eso como una burla. Eso no terminaría hasta que acabara con el silencio.

Hace poco, habría causado lastima a quien lo viera, pero ahora, con la expresión demencial en su rostro, las cuencas de los ojos vacías y escurriendo sangre, ahora que los sollozos habían sido reemplazados por gritos... Esa criatura no daba lastima, ahora solamente provocaba una mezcla de asco y horror.

Trató de golpear su cabeza contra el suelo hasta fracturarse el cráneo o lastimarse lo suficiente para morir desangrado, pero no lograba dar contra ninguna superficie. Era como si se encontrara flotando, pero sin percibir la sensación de ingravidez. De haber encontrado un suelo, un solo impacto habría bastado para aniquilarlo. Después de unos trescientos intentos, aceptó que era inútil.

El silencio seguía, burlándose de él. Arrancarse los ojos habría sido un esfuerzo inútil, y lo sería hasta que el silencio desapareciera.

No disponía de armas o de una superficie para terminar con su existencia. En ese momento, habría hecho atrocidades tanto con un espada como con un lápiz. Su mente imaginaba las más impensables formas de matar. Pero no tenía nada, absolutamente nada.

Pensó en estrangularse usando su ropa, y entonces fue cuando se percató de que estaba desnudo. Nada, absolutamente nada. Solo él... y el silencio. El maldito silencio que parecía irse duplicando segundo a segundo.

Nada fuera de él... bueno, se usaría a si mismo como arma. Sabía que, de lograr abrir las venas que tenía en las muñecas, moriría desangrado, así que empezó a morderse, arrancando trozos de su propia piel hasta lograr dejar el músculo expuesto. No era suficiente. Quería morir, o volver a morir ya. Desangrarse sería demasiada espera.

¿Imaginas la fuerza que se necesita para desgarrar la piel humana solo con las uñas, rasgar la carne, separar las costilla y, finalmente, después de toda una carnicería, arrancarse uno mismo el corazón? Inmensa, inhumana: pero el ya no era humano, el vacío se había tragado su humanidad. Ahora era una bestia.

Su corazón latió un par de veces entre sus manos. Sintió como su vida (pues ahora sabía que aún estaba vivo) se extinguía, al último que soltaba una última y sonora carcajada...

En algún punto de la madrugada, un pitido uniforme anuncia que, pese a los esfuerzos de los paramédicos en la ambulancia, el corazón del accidentado ha dejado de latir. Ni siquiera pudieron mantenerlo vivo cinco minutos. Los ojos del cadáver reflejan una demencia bestial, y los de los paramédicos horror, tras escuchar una última carcajada escupida por el ex-hombre.

martes, 19 de mayo de 2015

****La Silla****



Érase una vez una silla. Era una silla como cualquier otra, y realmente no tenía nada en particular; el típico color café, un tallado bastante común, una altura normal... Bueno, como dije, era bastante ordinaria. esta silla formaba parte de un juego de tres sillas más, exactamente iguales... Bueno, no exactamente... Aunque bastante empolvada, era la menos gastada de las cuatro pues llevaba tiempo que nadie la ocupaba.

Quince años atrás, un matrimonio se había decidido a formar una familia. Al poco tiempo, tuvieron un hijo... Era dueño de los ojos de la madre, el carácter de su padre y la alegría de la joven pareja. Una vida tranquila, no perfecta, pues la perfección no existe, pero sin motivos reales para lamentarse. Al poco tiempo, nace una niña. Ni el espacio ni el tiempo ni el dinero hacen falta, así que la pequeña es recibida con gran alegría.

Los pequeños crecen. Siguen siendo pequeños, pero ya son capaces de entender. La señora de la casa decide que un comedor es necesaria, y el salario del señor les permite adquirir uno. Nada extravagante ni mísero. Cuatro sillas hacen juego con el. Cada miembro de la familia adopta un lugar, único para el, un lugar que nadie más tiene derecho a ocupar. Es algo que jamás se dice en voz alta, pero está más que claro.

Unos años después, un conductor ebrio deja una silla vacía en el comedor, un lugar que nada llenará, salvó una fina capa de polvo.

Transcurridos dos años, los lugares no han cambiado; nadie se atreve a tocar la silla vacía, y, aunque las risas y los parloteos vuelven a inundar el ambiente, todos sabían que, desde que esa silla quedó vacía, nada volvería a ser lo mismo. Y ese aunque ese mueble no podía llenar el espacio, los hacia, sin darse cuenta, sentir más el vacío.

Las luces de la casa se apagan al cabo de unas horas y todos sé van a dormir. En medio de la noche, un corto circuito provoca un incendio. La silla arde como yesca hasta reducirse a carbón, al igual que todo en la casa.

Y aunque ahora se ha vuelto ceniza, los recuerdos siguen ahí.

lunes, 4 de mayo de 2015

****Sólo palabras****


Ella veía las palabras hirientes que otros se lanzaban como pequeñas dagas de cristal que se enterraban en la carne. Las verdades eran transparentes, las mentiras le recordaban a esos trozos de resina en los que queda algo de tierra encapsulada, claro, con la diferencia de que era cristal en lugar de resina. Fluían todo el tiempo, en todos lados y todas direcciones, muchas arrojadas de forma involuntaria.

Todas de distintos tamaños, se clavaban a distintas profundidades. Veía como las heridas provocadas sangraban, algunas por segundos, otras por años. Observaba como algunas de éstas se infectaban y carcomían vivas a las personas, incluso hasta dejarlas completamente podridas, muertas en vida. Y ellos nunca entendían por qué su mirada reflejaba tanto asco y lástima.

También veía las cicatrices. Jamás le bastaron los dedos de las manos para contarlas. Jamás. Varias eran tan antiguas como las palabras de desanimo o menosprecio que dirige de forma distraída un padre, irritado por una mala jornada, a su hijo pequeño... Otras profundas como un "Te odio" salido de la boca de un ser amado.

Y también, a través de un espejo,veía su propio cuerpo lacerado por una cantidad innumerable de estas diminutas dagas. Veía la sangre correr, y lágrimas de impotencia escapaban al ver como las pequeñas heridas se infectaban día a día, pues la pobre conocía de sobra el efecto, pero no la cura.

Callaba siempre, pues vivía con miedo de lo que pudiera provocar al decir. Solamente soltaba una risita burlona y amarga al oír que alguien decía "las palabras no duelen" o algo parecido.

miércoles, 15 de abril de 2015

****Puede ser, puede no ser****


Puede no ser

El reloj indica que son las 9:54 A.M. Los alumnos de la clase 3B están a mitad de la clase de química. Un joven de cabello negro alumno de la clase 3A llamado Edgar abre la puerta violentamente y entra sin molestarse en pedir permiso.

-¡Cathe!- Grita, tratando de regular su respiración.- ¡Ya es hora!-

Al oírlo, una chica de cabello marrón se pone de pie de un salto para dirigirse hacia la puerta.

-¿A dónde cree que va, señorita Catherine?- Pregunta la profesora, visiblemente molesta, tomándola con algo de brusquedad por la muñeca. Como respuesta, recibe un fuerte empujón, y ambos jóvenes salen corriendo hacia el pasillo, dejando a todos en el aula extrañados.

Cuarenta y tres segundos después, suena la alarma de incendios. Todos los alumnos y profesores se dirigen a un área segura entre bromas, dando por hecho que es un simulacro. Estando todos reunidos, justo antes de que la directora del colegio aclare que todo fue una broma de un par de alumnos, un terremoto hace que la estructura se derrumbe.

O puede ser…

El reloj indica que son as 9:54 A.M. Los alumnos de la clase 3B están a mitad de la clase de química. Un joven de cabello negro cuyo nombre no importa abre la puerta violentamente y entra sin molestarse en pedir permiso.

Llama casi a gritos a alguien, y en respuesta, una chica de cabello marrón se pone de pie de un salto y corre hacia la puerta. La profesora trata de detenerla y recibe un empujó que la manda al suelo como respuesta. Ambos alumnos salen corriendo hacia el pasillo, dejando a todos en el aula confundidos.


Media hora después, ambos se encuentran en la dirección, esperando a sus padres mientras balbucean cosas sobre salvar a todos de un terremoto. Los dos estarán suspendidos por una semana.

martes, 7 de abril de 2015

****El origen de la ciudad de los conejos****





Hoy en día, hay (O tratan de aparentar que hay) una explicación científica para todo. Existen diversas teorías acerca del origen de nuestro planeta. Las masas de agua, las montañas y precipicios… Nada aparece de la nada… La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma… Aunque algunas transformaciones rompen con los estándares establecidos.

La ciudad de los conejos, ubicada en una pequeña depresión de terreno, a 600 metros sobre le nivel del mar, sólo es poco menos de la décima parte de lo que fue. De la majestuosa selva, sólo quedan las habituales lluvias torrenciales (que ahora se intercalan con sequías) y el calor infernal. El hombre ha destruido todo, incluso el pequeño río de aguas negras, que cayó tan bajo, tras ser el río mas caudaloso, de las aguas más cristalinas, y templo de los Dioses muertos.

Ese río muerto, que muerte trae a quien bebe sus aguas (los médicos llaman "tifoidea" al castigo de los Dioses muertos hacia los profanos) es el principio de todo, lo único que había cuando la ciudad era la nada.

La nada... no hay forma de describirla. No había un enorme hueco, oscuridad profunda o un desierto rodeando el río. Simplemente reinaba, imponente, la nada. Cinco grandes arboles eran alimentados por las aguas del río. Esos arboles, custodiados por cien pequeños conejos blancos, eran el límite entre la nada y el resto del mundo, y eran también, el cuerpo material de los Dioses.

En aquellos años de gloria, los hombres respetaban y veneraban a los Dioses. Ellos eran quienes los alimentaban, su alimento era la sangre de los pecadores, que los hombres derramaba, fresca, en las orillas del río, dejando el resto del trabajo a las corrientes. Y nadie se adentraba más allá de las orillas del río, pues quien se acercaba a la nada, era devorado por ella.

El río (y los Dioses) eran la luz, la nada era la obscuridad, y cada polo era igual de importante, al grado de que un desbalance desencadenaría una catástrofe. La sangre mantenía ese balance, pero solo la sangre del pecador; la sangre de los inocentes era el más letal de los venenos para los cuerpos de los Dioses...

Los pecadores tenían miedo, pues siempre eran descubiertos, y, en castigo, devorados por los Dioses, justos y sanguinarios. Las almas mas negras, y por lo tanto, las más temerosas, se juntaron y, en una noche de luna nueva, igual de negra que esas almas, decidieron aprovechar aquella debilidad, de alguna forma conocida por todos. La oscuridad de la noche provocaba un diminuto desequilibrio entre las fuerzas del universo, desequilibrio que pensaban utilizar para prolongar la oscuridad.

Se acercaron sigilosamente. El ruido de sus pasos era ocultado por el murmullo de las aguas. Ni los Dioses los oyeron llegar. Solamente los conejos, que dormían entre las raíces, percibieron su presencia.

No existe alma más pura que la de un niño, y aquellos seres oscuros lo sabían. Durmiendo bajo un sueño infringido (pues en ese entonces ya se aprovechaban los efectos somníferos que tienen algunas plantas) cinco pequeños niños, de cinco meses exactos de vida cada uno, eran depositados en la orilla del río, y, cinco minutos después, la sangre de los cinco niños fluía junto a las aguas del río.

El efecto fue casi instantáneo. Las hojas de los arboles empezaron a secarse apenas la sangre tocó las raíces. Poco a poco, las ramas enteras se secaban y caían como si un ser colosal las arrancara y lanzara desde lo alto. Un rugido gutural despertó a todos los hombres al rededor de la tierra, rugido que lanzaban los Dioses al unísono mientras los troncos empezaban a agrietarse.

Los conejos observaban en silencio como los Dioses morían, mientras se lamentaban en silencio por haber fallado como guardianes. Pero aún podían hacer algo. En silencio, uno a uno, los cien fueron saltando al río. Ofrecían sus almas de forma voluntaria, con la esperanza de que la energía proporcionada por estas fuera suficiente para permitir que los Dioses sobrevivieran. Saltó el último, e inmediatamente después, cayó uno de los troncos, al tiempo que las raíces sangraban.

El río rebalsó con la caída de los arboles. Las aguas,
mezcladas con la sangre de los Dioses, de los niños, de miles de pecadores y de los guardianes inundaba la nada. Donde las aguas tocaban, iba la nada siendo sustituida por la selva, hasta que esta devoró a la nada por completo.

La selva era la forma que los Dioses debieron tomar para sobrevivir. Su alma se fragmento, y cada pedazo tomó la forma de un árbol, una flor, un ave, un pez o una roca, y los corazones se alojaron dentro de los cuerpos de los niños muertos.

Esos niños fueron recogidos y protegidos, hasta que se cumplió en quinceavo año, cuando una noche de luna llena, los cinco fueron a morir al río. Desde entonces, el ciclo se repite, y cada tercer lustro, en una noche de luna llena, los mismos niños vuelven a morir en el río, e inmediatamente después, nacen nuevamente en algún punto de la ciudad, dispuestos a esperar a que el ciclo se cumpla nuevamente. Saben que la noche en la que mueran por milésima vez, los Dioses recuperarán cada fragmento de su alma, recuperando todo su esplendor, y cobrarán venganza de los homicidas. Se restablecerá el orden.

La selva ha sido destruida, y los descendientes de los guardianes has sido llevados al borde de la extinción. El desbalance entre luz y oscuridad que han provocado los hombres hace que domine el caos, y sé que los Dioses están furiosos por ello. Lo estamos.

Pocos somos los que sabemos en la actualidad sobre aquellas épocas de esplendor. Los Dioses callamos a voluntad, y los conejos no pueden hablar o escribir, así que ellos deben guardar el secreto con nosotros.

Aquí estoy, esperando el quinto día del sexto mes, pues al caer la noche, brillará la luna llena, y se habrán cumplido los quince mil años establecidos. Entonces, después de morir por milésima vez, resurgiré gloriosa junto a mis cuatro hermanos. Cobraremos venganza de los asesinos. La sangre de los pecadores volverá a correr por las aguas del río, que de nuevo serán cristalinas. Volveremos a ser respetados, y volverá a reinar la nada en nuestro territorio. Sólo a los conejos les será permitido permaneces junto a nosotros, custodiándonos, bajo la protección de nuestras raíces.

Y el quinto día del sexto mes, será destruida La Ciudad de los Conejos.