martes, 7 de abril de 2015

****El origen de la ciudad de los conejos****





Hoy en día, hay (O tratan de aparentar que hay) una explicación científica para todo. Existen diversas teorías acerca del origen de nuestro planeta. Las masas de agua, las montañas y precipicios… Nada aparece de la nada… La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma… Aunque algunas transformaciones rompen con los estándares establecidos.

La ciudad de los conejos, ubicada en una pequeña depresión de terreno, a 600 metros sobre le nivel del mar, sólo es poco menos de la décima parte de lo que fue. De la majestuosa selva, sólo quedan las habituales lluvias torrenciales (que ahora se intercalan con sequías) y el calor infernal. El hombre ha destruido todo, incluso el pequeño río de aguas negras, que cayó tan bajo, tras ser el río mas caudaloso, de las aguas más cristalinas, y templo de los Dioses muertos.

Ese río muerto, que muerte trae a quien bebe sus aguas (los médicos llaman "tifoidea" al castigo de los Dioses muertos hacia los profanos) es el principio de todo, lo único que había cuando la ciudad era la nada.

La nada... no hay forma de describirla. No había un enorme hueco, oscuridad profunda o un desierto rodeando el río. Simplemente reinaba, imponente, la nada. Cinco grandes arboles eran alimentados por las aguas del río. Esos arboles, custodiados por cien pequeños conejos blancos, eran el límite entre la nada y el resto del mundo, y eran también, el cuerpo material de los Dioses.

En aquellos años de gloria, los hombres respetaban y veneraban a los Dioses. Ellos eran quienes los alimentaban, su alimento era la sangre de los pecadores, que los hombres derramaba, fresca, en las orillas del río, dejando el resto del trabajo a las corrientes. Y nadie se adentraba más allá de las orillas del río, pues quien se acercaba a la nada, era devorado por ella.

El río (y los Dioses) eran la luz, la nada era la obscuridad, y cada polo era igual de importante, al grado de que un desbalance desencadenaría una catástrofe. La sangre mantenía ese balance, pero solo la sangre del pecador; la sangre de los inocentes era el más letal de los venenos para los cuerpos de los Dioses...

Los pecadores tenían miedo, pues siempre eran descubiertos, y, en castigo, devorados por los Dioses, justos y sanguinarios. Las almas mas negras, y por lo tanto, las más temerosas, se juntaron y, en una noche de luna nueva, igual de negra que esas almas, decidieron aprovechar aquella debilidad, de alguna forma conocida por todos. La oscuridad de la noche provocaba un diminuto desequilibrio entre las fuerzas del universo, desequilibrio que pensaban utilizar para prolongar la oscuridad.

Se acercaron sigilosamente. El ruido de sus pasos era ocultado por el murmullo de las aguas. Ni los Dioses los oyeron llegar. Solamente los conejos, que dormían entre las raíces, percibieron su presencia.

No existe alma más pura que la de un niño, y aquellos seres oscuros lo sabían. Durmiendo bajo un sueño infringido (pues en ese entonces ya se aprovechaban los efectos somníferos que tienen algunas plantas) cinco pequeños niños, de cinco meses exactos de vida cada uno, eran depositados en la orilla del río, y, cinco minutos después, la sangre de los cinco niños fluía junto a las aguas del río.

El efecto fue casi instantáneo. Las hojas de los arboles empezaron a secarse apenas la sangre tocó las raíces. Poco a poco, las ramas enteras se secaban y caían como si un ser colosal las arrancara y lanzara desde lo alto. Un rugido gutural despertó a todos los hombres al rededor de la tierra, rugido que lanzaban los Dioses al unísono mientras los troncos empezaban a agrietarse.

Los conejos observaban en silencio como los Dioses morían, mientras se lamentaban en silencio por haber fallado como guardianes. Pero aún podían hacer algo. En silencio, uno a uno, los cien fueron saltando al río. Ofrecían sus almas de forma voluntaria, con la esperanza de que la energía proporcionada por estas fuera suficiente para permitir que los Dioses sobrevivieran. Saltó el último, e inmediatamente después, cayó uno de los troncos, al tiempo que las raíces sangraban.

El río rebalsó con la caída de los arboles. Las aguas,
mezcladas con la sangre de los Dioses, de los niños, de miles de pecadores y de los guardianes inundaba la nada. Donde las aguas tocaban, iba la nada siendo sustituida por la selva, hasta que esta devoró a la nada por completo.

La selva era la forma que los Dioses debieron tomar para sobrevivir. Su alma se fragmento, y cada pedazo tomó la forma de un árbol, una flor, un ave, un pez o una roca, y los corazones se alojaron dentro de los cuerpos de los niños muertos.

Esos niños fueron recogidos y protegidos, hasta que se cumplió en quinceavo año, cuando una noche de luna llena, los cinco fueron a morir al río. Desde entonces, el ciclo se repite, y cada tercer lustro, en una noche de luna llena, los mismos niños vuelven a morir en el río, e inmediatamente después, nacen nuevamente en algún punto de la ciudad, dispuestos a esperar a que el ciclo se cumpla nuevamente. Saben que la noche en la que mueran por milésima vez, los Dioses recuperarán cada fragmento de su alma, recuperando todo su esplendor, y cobrarán venganza de los homicidas. Se restablecerá el orden.

La selva ha sido destruida, y los descendientes de los guardianes has sido llevados al borde de la extinción. El desbalance entre luz y oscuridad que han provocado los hombres hace que domine el caos, y sé que los Dioses están furiosos por ello. Lo estamos.

Pocos somos los que sabemos en la actualidad sobre aquellas épocas de esplendor. Los Dioses callamos a voluntad, y los conejos no pueden hablar o escribir, así que ellos deben guardar el secreto con nosotros.

Aquí estoy, esperando el quinto día del sexto mes, pues al caer la noche, brillará la luna llena, y se habrán cumplido los quince mil años establecidos. Entonces, después de morir por milésima vez, resurgiré gloriosa junto a mis cuatro hermanos. Cobraremos venganza de los asesinos. La sangre de los pecadores volverá a correr por las aguas del río, que de nuevo serán cristalinas. Volveremos a ser respetados, y volverá a reinar la nada en nuestro territorio. Sólo a los conejos les será permitido permaneces junto a nosotros, custodiándonos, bajo la protección de nuestras raíces.

Y el quinto día del sexto mes, será destruida La Ciudad de los Conejos.

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